A mi barrio lo llaman algunos, despectivamente, Chinatown, porque aunque hay árabes, latinoamericanos, Europeos del Este y algunos españoles, los que copan la zona son los chinos. Tienen una manera de ser y estar que pasa muy desapercibida, aunque en cuestión de negocios están a la que salta, ya lo he comentado más de una vez. Mi barrio está copado de tiendas de comida, abalorios, peluquerías, alguna inmobiliaria, de todo un poco… chinas. A mi no me molestan en absoluto en el sentido de que no son ruidosos, no montan escándalos, no se meten con nadie y todas esas cosas que ya sabemos de los chinos.
Algunas cosas de ellos me llaman mucho la atención: acostumbran a juntarse en algunas plazas en concreto y se colocan todos en cuclillas para hablar, leer el periódico, fumar… no sé como aguantan pero son capaces de tirarse horas así. Es muy curioso.
Pero hay algo que no soporto: esa facilidad con que lanzan escupitajos estén donde estén. No sé si es que sienten la necesidad inexcusable pero es que les he visto hasta escupiendo en las papeleras de la sala de espera de un hospital, lo cual es de lo más desagradable. Al ver esto me enfado y pienso en lo típico «Si esas son sus costumbres que las apliquen en su país, que no todo va a ser respetar las tradiciones, coñe!».
Más ahí está la cruda realidad: los africanos y árabes también escupen, y no sólo eso: los españoles, esos que hablan como yo y comparten mi abanico costumbrista, van anunciando el lapo arrastrando todo lo que tienen en la garganta y luego… zas! lo lanzan para un lado, o al frente, según haya algo susceptible de ser tumbado de un escupitajo. Y tú, que estás adelantando por su brazo izquierdo, esquivas como puedes el tiro, aunque nadie te quita el ascazo que te provoca esta costumbre tan china.
Pues que se jodan los chinos, que aquí esta habilidad la tenemos super trabajada.